Relatos eróticos de incesto: Era una mañana de agosto, una de esas en las que el calor se vuelve insoportable. Apenas podía soportar la ropa sobre mi piel, así que me quedé solo con el bikini y unas chanclas. Normalmente me gusta llevar un pareo o un vestido veraniego suelto, pero esa vez, con el calor asfixiante, todo me resultaba molesto.

Si hubiera estado sola, me habría despojado incluso del bikini, pero no podía hacerlo porque no estaba sola. Mi sobrino, que acababa de cumplir 19 años, estaba pasando el verano en mi casa mientras trabajaba temporalmente en la ciudad. Soy la tía soltera con una casa espaciosa y una piscina que ha sido su refugio veraniego desde que era un adolescente, aunque esta vez ya no era un niño, sino un joven adulto con otras intenciones.

Ese día, no hacíamos más que meternos y salir de la piscina para intentar combatir el calor. Yo me sumergía en el agua cada vez que sentía el sudor correr por mi piel, y él hacía lo mismo. En una de esas ocasiones, al salir del agua, mi sobrino no se dio cuenta de que su bañador se había quedado flotando en la piscina. Lo que vi me dejó paralizada. Era enorme, simplemente impresionante. Me quedé sin poder apartar la vista mientras él, entre risas, intentaba cubrirse y volvió a tirarse al agua para recuperar su bañador. Yo, en cambio, seguía con la imagen fija en mi mente, ruborizada y con la respiración entrecortada.

Durante el resto del día, no pude mirarlo a los ojos sin recordar lo que había visto. Llegó la hora de la cena y fue él quien, con una sonrisa cómplice, rompió el hielo diciendo que ya era hora de igualar las cosas, confesando que llevaba años espiándome. Me quedé helada y solo pude balbucear: «¿Cómo dices?», a lo que él respondió con una sinceridad que me dejó sin palabras: «Desde que empecé a venir a esta casa, te he estado espiando. Todos los veranos buscaba la forma de verte desnuda, en la ducha, depilándote… Eres increíblemente hermosa. Sé que no está bien, pero incluso llegué a esconder una cámara para verte mejor.» No sabía cómo reaccionar; ahí estaba yo, en bikini, con los pezones marcados por la excitación al escuchar su confesión. Saber que alguien me deseaba tanto encendía algo dentro de mí que no podía controlar.

Esa noche, me aseguré de revisar cada rincón de la casa en busca de cámaras ocultas. Estaba nerviosa, pero también me sentía más viva que nunca. Me aseguré de que no quedara ni un centímetro de mí sin depilar y me preparé como si esperara algo más. Me arreglé, me hice la manicura y me acosté, bloqueando la puerta con una silla, como si eso pudiera contener lo que estaba sucediendo en mi interior.

A la mañana siguiente, el calor seguía siendo insoportable. Me levanté, me puse el bikini y me lancé de cabeza a la piscina. Luego, fui a la cocina a preparar el desayuno, sin darme cuenta de que él estaba detrás de mí. De repente, sentí sus manos rodeando mi cintura mientras besaba mi nuca y susurraba: «Prepárame algo para desayunar, voy a darme un chapuzón y vuelvo.» No pude evitar sonreír mientras le respondía: «Claro, cariño.» Le preparé el desayuno mientras lo veía regresar de la piscina, esta vez completamente desnudo. Se sentó a la mesa como si fuera lo más normal del mundo y comenzó a comer, mientras yo trataba de mantenerme ocupada arreglando la cocina. Pero lo sentí acercarse de nuevo, esta vez más cerca, con su miembro erecto rozándome. No hice nada para detenerlo. Al contrario, me dejé llevar cuando sus manos comenzaron a jugar con mis pechos, apartando la tela del bikini para dejarlos al descubierto, mientras su erección buscaba la entrada a mi cuerpo.

Abrí las piernas para facilitarle el acceso. La penetración fue brusca, dolorosa, a pesar de que ya estaba completamente mojada. Era más grande de lo que jamás había tenido dentro de mí. El dolor me cortaba la respiración mientras sentía cómo llenaba cada espacio dentro de mí, presionando hasta mis pulmones. Miré hacia abajo y no podía creer lo que veía: su miembro parecía moverse dentro de mí más allá de lo que mi cuerpo podía soportar.

Se corrió dentro de mí, y la sensación de estar tan llena me llevó al orgasmo más intenso que había experimentado. Quedó ahí, sosteniéndome durante un par de minutos hasta que su erección comenzó a bajar y se retiró lentamente. Al fin pude respirar con normalidad. Él simplemente se dio la vuelta, volvió a la piscina mientras yo terminaba de ordenar la cocina, sintiendo cómo el bikini se empapaba de nuevo, pero esta vez con los fluidos que seguían goteando de mi interior. Al salir de la piscina, vino a besarme en los labios antes de irse a tomar el sol.

Cuando llegó la hora de comer, lo llamé: «La comida está lista, amor. ¿Vienes?». Nos sentamos a la mesa como si todo fuera normal, pero al ir a recoger los platos, él me tomó del brazo y me llevó a mi habitación. Me besó con una pasión desbordante, me desnudó y me tumbó en la cama con suavidad, comenzando a lamer cada centímetro de mi cuerpo, deteniéndose con especial atención en mi centro, provocando que me corriera antes de siquiera penetrarme de nuevo. Luego subió por mi cuerpo, me besó y, sin esperar más, volvió a entrar con fuerza. El dolor inicial se transformó rápidamente en un placer que me hizo perder el control. Sentía cada embestida como si no pudiera respirar, lo cual solo aumentaba mi excitación. Se vino dentro de mí otra vez, llenándome aún más.

Se recostó a mi lado, pero seguía tan duro como antes. Me besó la mejilla y me dio la vuelta para que quedara de espaldas. Sabía lo que vendría; nunca había hecho eso antes, y la anticipación me ponía nerviosa. Empezó acariciando suavemente mi entrada virgen, preparando el camino con sus dedos. Finalmente, cuando estuvo listo, empujó con una fuerza que me hizo gritar. El dolor era intenso, pero no podía negar la mezcla de sufrimiento y placer que recorría mi cuerpo. Se movía con un ritmo constante, sin detenerse, hasta que me corrí tres veces, a pesar del dolor. Al final, él también se vino dentro de mí, retirándose lentamente mientras su semen goteaba de mi cuerpo.

Quedé agotada, y él se fue a trabajar como si nada hubiera pasado. Pasé el resto del día en un estado de ensueño, preparando la cena y viendo una película antes de ir a la cama. Al escuchar que llegaba por la noche, supe que vendría directo a «nuestra» cama. Y así fue. Me abrazó por detrás y esta vez entró en mí por donde debía. Sentía cada embestida en mi vientre, podía tocar su dureza a través de mi piel. Esa noche quedé embarazada, y él se convirtió en mi pareja. La familia nos repudió, pero nunca fuimos más felices.

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