Relatos eróticos peruanos: Esto ocurrió cuando tenía 23 años. En ese entonces trabajaba en una distribuidora de alimentos, y fue ahí donde conocí a una mujer de unos 35 años. Ella se dedicaba a vender zapatillas originales y comenzamos a conversar sobre eso. Después de hablar un rato, logré comprarle un par y también me pasó su número. Conforme avanzaban las charlas, ella me contó que no se llevaba bien con su pareja y, con el típico «floro», le decía que una mujer como ella merecía ser tratada de otra manera. Entre palabras y coqueteos, la conversación fue subiendo de tono y empezamos a hablar de temas más íntimos, como el tamaño y cosas así.

Un día, me propuso que fuéramos a un sauna. Me contó que le gustaban esos lugares, y se notaba que disfrutaba cuidarse, porque tenía un cuerpo espectacular, especialmente un trasero grande y bien formado que resaltaba en su piel clara. Esa primera salida no pasó de algunos besos y caricias, pero me dejó claro que la próxima vez iríamos a un lugar donde pudiéramos estar solos.

La siguiente salida fue a un hotel con sauna. Alquilamos una habitación, nos acomodamos y nos cambiamos de ropa. Luego bajamos al sauna, y entre el vapor y el calor, las caricias y los roces comenzaron a volverse más intensos. Le susurré en el oído que quería bajarme a su entrepierna, pero ella me respondió con una sonrisa pícara: «Vamos mejor al cuarto».

Subimos, y tan pronto como llegamos, se tumbó en la cama. Yo, sin perder tiempo, me lancé sobre ella, comenzando a besarla, bajando por su cuello hasta llegar a sus pechos. Mientras los acariciaba y besaba, me pidió que fuera suave, que quería disfrutar cada momento sin prisas. Yo estaba completamente encendido.

Le quité el hilo dental que llevaba puesto, dejando su vagina rosada expuesta frente a mí. Me dediqué a hacerle sexo oral, con cuidado, como ella pedía, mientras gemía y me decía que no me apresurara, que quería sentirlo todo. Después de un rato, se puso sobre mí y comenzó a chupármela de una manera increíble, con una experiencia que jamás había vivido antes. Me decía cosas sucias mientras lo hacía, y yo estaba al borde de explotar.

Después de un tiempo, ella tomó el control y se subió encima de mí, cabalgándome con una intensidad que me volvía loco. Estaba tan mojada y se movía con un ritmo tan sensual que tuve que cambiar de posición para no venirme tan rápido. La puse en cuatro, y tener esa vista tan cerca me hizo perder la cabeza.

Comencé a dárselo con fuerza, y entre gemidos le pregunté si podría hacerlo por atrás. Me dijo que sí, pero que lo dejáramos para la siguiente ronda, porque ahora quería disfrutar de lo que estábamos haciendo. Mientras la penetraba, sentí que ya no aguantaba más, así que le levanté las piernas y las puse sobre mis hombros, embistiéndola sin parar hasta que le avisé que me iba a venir. Ella me susurró: «Sí, no pares, sigue…», y la llené por completo. Después me besó suavemente y me dijo: «Gracias por escucharme, eres distinto a los demás».

Nos relajamos un poco, volvimos al sauna y luego a la piscina. En ese momento, apareció una conocida suya y nos pusimos a conversar un rato. Cuando terminamos, ella me dijo que era hora de irnos. Antes de salir, me prometió que la próxima vez cumpliríamos la fantasía que habíamos dejado pendiente.

Esa experiencia fue algo que no olvidaré. Ella era la jefa de su pareja, y seguramente tenía que manejar las cosas con discreción, pero eso no impidió que disfrutáramos de lo que compartimos.